OPINIÓN

Meritocracia

Por: Santas Vainas

Hace ya muchos años conocí la palabra meritocracia, en una calva oportunidad en que se había introducido por azares del destino mi nombre a la cabeza de una terna del entonces Ministro de Gobierno. El día previo me hicieron saber de manera indirecta el costo de la adquisición del cargo al que accedería por mis méritos. Rechacé airadamente la propuesta y a día seguido mi nombre desapareció de la terna y fue nombrado un individuo con menor experiencia en ese dominio, pero que había pagado el cargo. Al año siguiente fue destituido porque un prestamista declaró que le había otorgado un crédito para pagar por la oferta del cargo y que la suma no le había sido devuelta.
Meritocracia a tope. La desilusión me ha durado y en bien contadas oportunidades, y casi siempre en el ámbito internacional, logré que se hiciera valer alguna experticia que tengo la suerte de poseer. No me prolongo sobre el caso particular. Algo similar he conocido por amigos que han trabajado en diferentes ámbitos, inclusive el Congreso de la República o Asamblea Nacional en que de continuo se ha escuchado del reparto de cargos, sin la mediación del más mínimo mérito y, es más, bajo consignas bien concretas de corrupción y negocio. Cuán importante sigue siendo en este día la invocación de Pepe Mujica para que no se acerquen a la arena de la política aquellos que aman la plata y viven para hacer buenos negocios.
El ingreso de algunas personas está marcado por los favores y con mucha frecuencia se habla inclusive de aquellas exacciones sexuales que funcionarios corruptos cobran para extender algún contrato laboral. En estos días me he asqueado de escuchar sobre un par de instituciones en que altos responsables –debería decir irresponsables—hacen graciosas concesiones a sus amantes o a personas de muy poco crédito moral para ofrecerles cargos de relieve, al mando inclusive de personal calificado, que se siente agredido por tan deleznable liderazgo. La propuesta de meritocracia del actual gobierno debería también ser revisada en casos prácticos, que delatan la ausencia de límites éticos para la concesión de algunos puestos públicos. Y con demasiada frecuencia se sabe de algunos puestos altos del servicio público en manos de gente inexperta, al extremo que apetece hacerle coro a la gente sencilla que dice: “a esos devuélvanles a la nocturna”
Pero el tema no para ahí. Al haberse hecho acreedor a un cargo por estas malas mañas le sigue la desproporción de gente que no trabaja, ni deja trabajar. Que se ausentan por largos períodos, o que llegan una vez al mes a recoger los salarios injustamente obtenidos. Todo lo que se completa por el hecho de que hay ausencia de auditorías de personal (hoy dirían talento humano) y que casi nunca se reconoce al buen funcionario o, aún peor, se da crédito, reconocimiento y ascensos a quienes no tienen ninguna virtud, experticia o talento. Todo lo que a la postre acaba con la vocación de meritocracia que anima a un régimen.

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