OPINIÓN

Febres Cordero en la coyuntura de los crímenes de Lesa Humanidad

Por: Santiago Argüello Mejía

El impacto fue enorme. Había estado fuera del país por varios años y me había enterado en una confusa transmisión de radio del triunfo en las elecciones del ingeniero Febres Cordero. En esa ocasión como en tantas otras lamenté el resultado, pero fue cuanto más grave llegar al país a finales de 1985 y constatar un verdadero estado de sitio, que posiblemente la gente no lo percibía tanto así por haber vivido un cierto proceso de “ablandamiento”.

Era el tiempo de unos camiones pintados con los colores de la policía, que llamaban “escuadrones volantes”, cargados de agentes policiales desafiantes. Mi familia me prevenía de que cualquier manifestación contraria me convertiría en víctima y que había ya una larga lista de desaparecidos. Mi vocación social y mi defensa de los derechos humanos debían ser reservadas para las reacciones íntimas, las pláticas con los amigos confiables porque había “orejas” por todas partes, que eran alimentadas por el régimen.

Bien pronto pude corroborar todas mis sospechas e ir inclusive más lejos porque empecé a trabajar en el sistema penitenciario. A la injusticia le seguía la arbitrariedad. Ya no sé el año en que se conoció que Febres Cordero había contratado a un mercenario llamado Ram Gazit para el entrenamiento de su guardia pretoriana, conformada por “agentes políticos”. En el comedor del Penal García Moreno donde coincidíamos con esos agentes recibí mi primera clase de tortura: tal vez el más joven para contenerse, explicaba con satisfacción el uso de “la funda” para supuestamente acabar con la subversión.

No me prolongaré en mis sentimientos personales y en las angustias que sobrevinieron, en particular a partir del asesinato de los niños Restrepo, solo me queda en la memoria que ya al finalizar el régimen de terror de Febres y Robles, ONU había documentado 1200 violaciones graves a los derechos humanos y le llamó al gobierno a declarar en Ginebra. Una persona de poco crédito, acusada de tales violaciones, fue destacada por el Presidente Febres para acudir a la cita de la ONU. Por primera vez y para vergüenza nuestra llegó rodeado de hombres armados de metralletas…

La censura y la represión seguían funcionando, pero hacia 1988 el pueblo ecuatoriano había abandonado el miedo de pronunciarse. En esto fue de relieve la aparición del Periódico HOY de Quito; el episodio que la gente denominó “el llorón de Taura” y la multiplicidad de violaciones de derechos humanos que no dejaban a nadie por fuera o indiferente. Ciertos hechos que por su generalidad, sistematicidad, por el sufrimiento causado a víctimas civiles y por evidenciar una cierta política de Estado son motivo de análisis y de una amplia discusión en el país. Se reconocen como CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD, en la medida en que no ofenden solo a uno u otro sino que ofenden al conjunto de la humanidad, deben ser perseguidos sin tregua, sin prescripción y de manera extraterritorial, valga decir, ahí donde los responsables eventuales se encuentren.

Esta la dinámica que hoy sigue la Fiscalía General del Estado para juzgar con treinta años de retardo esas barbaridades que se reconocen como crímenes de lesa humanidad.

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