EDITORIAL

Universalidad de los derechos humanos

Por: Santiago Argüello Mejía

En una ocasión tuve oportunidad de dar una charla sobre Derechos Humanos a un grupo de indígenas de San Marcos, en Guatemala. La gente que me escuchaba eran indígenas mam, y no conocían el español. Pude percibir con sorpresa que el joven traductor había logrado el milagro de transmitir una gran emoción a mis expresiones. Por supuesto, me acerqué a felicitarle porque pensé que su elocuencia era mucho mayor que la mía. Para mi sorpresa me confesó que en la lengua mamno existía un equivalente para el término derechos humanos y que él se había permitido traducirlo en cada oportunidad como “respeto”.

Desde entonces me he cuestionado sobre la universalidad de los Derechos Humanos y he podido discernir que de todas maneras ellos son o pueden traducirse como un cierto respeto a la dignidad de las personas y de los pueblos. Derechos Humanos no es el himno a la alegría cantado a viva voz, ni el discurso que ofrece la ONU cada 10 de diciembre. Es respeto, es una garantía tan amplia, sin discriminación, que nos alcanza a todos y todas.

Los Estados, sus autoridades y sus agentes están especialmente obligados a ese respecto irrestricto y a hacer efectivo el goce de tales derechos establecidos en las Constituciones y en los Instrumentos Internacionales de la materia. Lo que ha venido ocurriendo, con justa causa, es que cada vez que se redacta una nueva Constitución la matriz o el eje de todas las normas constitucionales es el caudaloso movimiento universal de Derechos Humanos. Nuevamente la pregunta se plantea y el globo languidece: ¿acaso las olas continuas de migración de los “países pobres” hacia los países ricos están resguardadas bajo la sombra de estos grandes principios? ¿Acaso el respeto, la promoción y la protección especial de “grupos de atención prioritaria” se ha puesto en vigencia?

La corrupción y los abusos de los Estados, de sus autoridades y agentes imprimen un triste ejemplo al respecto que nos debemos los y las ciudadanas, unos a otros. En la Civilización Inca llama la atención la “dualidad” que existe en el trato de ciertos ciudadanos y el común de la gente, que favorece al respeto de los derechos de todos y todas, en la medida en que a mayor autoridad y jerarquía corresponderían castigos más severos de incurrir en delitos o actos de irrespeto contra los humildes, los desamparados, los ancianos, los incapacitados.

Hemos pasado del discurso ético a la norma exigible y, de ella, al criterio de que el respeto de la dignidad humana es la razón de ser de los Estados. ¿Puede nuestro vertiginoso mundo de hoy en día hacer este tránsito y declarar, defender, promocionar y, finalmente, garantizar la vida y todos los demás derechos?

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