OPINIÓN

Terror total

Por: Santiago Arguello Mejía

“Escoger las armas” era una consigna civilizada de zanjar los conflictos. Los contendores se veían los rostros y se enfrentaban en igualdad de condiciones con la mano abierta, con el puño cerrado, con la daga o el tiro a cierta distancia. La guerra misma era una fórmula para enfrentar un conflicto en el terreno de las armas, cuando todas las demás respuestas habían sido superadas. Y a pesar de todo, inclusive la guerra declarada se sometía a reglas que luego fueron recogidas y patentizadas por el Derecho Internacional Humanitario.

Lacera en la fecha que los medios hayan sido superados por los conflictos y que no podamos esperar otra cosa que el grito “sálvese quien pueda”, puesto que el terror total está camuflado en cualquier esquina. Un terror que es la suma de todas las violencias, la guerra indiscriminada, el dolo eventual que se dirige en contra de los Estados, por vía de las víctimas inocentes a las que sorprende con la muerte y a otras a quienes no nos deja indemnes por la intimidación que nos causa, por la interrupción que produce en nuestra cómoda paz dominguera.

Violencia infinita, guerra total, conflicto permanente, indisoluble. ¿Cuánto terrorismo hace aún falta para declararnos en una guerra sin cuartel a nivel mundial? ¿Cuántas víctimas propiciatorias para que no exista posibilidad alguna de zanjar un conflicto sin derramamiento de sangre inocente? En el terror preocupa cuánto más su inmediatez, la amenaza global, la intimidación generalizada y los efectos que a la larga produce en la dignidad de las personas y de los pueblos, en las dudas, en los registros, en el control social total e indiscriminado.

Y las cosas siendo tan punzantes aún tienen otros ingredientes de terror: la realidad de los pueblos agredidos más directamente por la guerra infinita, el fanatismo religioso, los fundamentalismos de todo cuño, el drama siniestro de los refugiados: ¿cuánto terror requiere un ser humano para huir hacia un abismo? Las respuestas de Europa a las preguntas que plantea la aldea global, que nos incumben a todos, inclusive a aquellos que pueden ir en breve a las urnas para votar por un fascista como Trump.

El golpe esta vez en la capital europea, en Bruselas, nos despierta con pavor. En lo particular es un espacio que he transitado, posiblemente como el espacio de mayor confianza en el mundo, por la solidaridad y el buen trato con que la familia de Bélgica nos recibió siempre. Si un día superados estos conflictos podemos sentarnos en la marroquinería de la Grand Place a disfrutar de una buena cerveza, nos sentiremos pagados por la vida. Si ello ocurre con mi padre o con el hijo que tuve la suerte de que naciera en un frío invierno belga, más todavía. Nuestra total solidaridad para ese país al que nos sentimos ligados por diferentes causas.

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