EDITORIAL

¡Lo que no nos cuesta hagámoslo fiesta!

¡Lo que no nos cuesta hagámoslo fiesta! Es un viejo dicho de los abuelos para referirse a la irresponsabilidad con que en ocasiones los administradores de bienes manejan lo que se les ha encomendado, y ¡Vaya que tienen razón!

No es secreto que las finanzas públicas no andan nada bien, pero hasta ahora es cuando nos estamos enterando cuán seria y grave es la situación, hablemos por ejemplo de los gordos presupuestos gastados en productos de comunicación, literalmente, gas-ta-dos, pues de resultados más bien poco.

Documentales y series de televisión nunca emitidos, pautas publicitarias que nunca hemos visto, productos educativos tan malos que tuvieron que ser sacados del aire y de internet por difundir mensajes discriminadores o sexistas, y así podríamos seguir enunciando una larga lista de excesos y despropósitos.

¿Y saben qué es lo más triste de esto? Que fue pagado con el presupuesto público, ese que se construye con base en su trabajo, en el de su prima, en el de su vecino y hasta en el mío propio; ese que obtiene el Gobierno cuando cobra impuestos; ese que se ha manejado de manera baladí, y que no ha sido usado para mejorar nuestros derechos, como el de servicio de salud, de educación, de jubilación.

Si no me cree haga el siguiente ejercicio en casa: ingrese al buscador de internet que use con más frecuencia, digite las palabras “presupuesto contratación” y luego escriba el nombre de la primera entidad pública ecuatoriana que se le ocurra.

Una vez encuentre el listado de procesos de contratación dé un vistazo a alguno que llame su atención. Luego compare el presupuesto referencial de la resolución que da inicio al proceso de contratación con el de la resolución que la asigna. Sin duda encontró varias sorpresas (sobreprecios y gastos innecesarios) ¿Indignante, cierto? Pero lo más indignante es que las autoridades públicas no se arrepienten de nada y para todo tienen alguna excusa.

Esperemos que en el futuro los funcionarios públicos y gobernantes sean más conscientes de que ciertos gastos solo nos hacen más pobres como nación, y que es mejor vivir en un país de derechos sin rimbombancias, que en un gran show de derechos inexistentes y propaganda.

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