EDITORIAL

La encrucijada constitucional

Por: Santiago Argüello Mejía

Estudiar, estudiar, estudiar y volver a estudiar antes de tomar una iniciativa cualquiera. Ese parece ser el mensaje que cuelgan los suecos para hacer todo lo bien que saben hacer. Inclusive cuando algo aparece como seguro le dan el aire que necesita para reconfirmar que todo se ha hecho meticulosamente, con prudencia y que se puede pasar a la ejecución. La expresión en inglés es “slow down” y hace alusión a ir con calma, a actuar reflexivamente.
Cuando en Ecuador se hizo la Constitución de Montecristi se generaron algunas dudas y se habló inclusive de ciertas novelerías que se estarían incluyendo, sin que hubieran pasado por el filtro de la reflexión prolongada, sin que hubiera Academia de por medio, sin que antes de ejecutar se montara la doctrina como telón de fondo de los actos. Y las dudas de los estudiosos se multiplicaron pero no tuvieron ningún efecto en los constituyentes, muchos de ellos improvisados para el relieve de los temas propuestos.
Por ejemplo, luego de aprobar la Constitución fue necesario llenar de sentido al reconocimiento de derechos de la naturaleza; o los famosos consejos de igualdad que suplantarían a todas las iniciativas de participación social organizada; en general al quinto poder, el de transparencia, al que le adhirieron de manera equívoca el tema del control social sin entender bien de qué se trataba y copiando gruesos acápites de la Constitución venezolana. Las inclusiones, sin llegar a juicios de valor, implicaron serios tropiezos en el gobierno de la revolución ciudadana y lo que un día defendieron con entusiasmo sirvió de obstáculo en otro momento, haciendo lo que la gente dice: escribir con la mano y borrar con el codo.
Y lo propio pasó con un aspecto que hoy produce calambres en el estómago, aunque la poesía constitucional podía soportar casi todo. Entre los principios de las relaciones internacionales se introdujo con todas sus letras el “principio de la ciudadanía universal, la libre movilidad de todos los habitantes del planeta y el progresivo fin de la condición de extranjero”, tanto como el reconocimiento de los derechos de los migrantes, tantas veces esgrimidos en instrumentos internacionales, que el país estaba llamado a promover desde la reciprocidad que exigiría para el respeto de los derechos de nuestros ecuatorianos en el exterior, inclusive de aquellos que viajaban y viajan “mojados” a trabajar en cualquier país desarrollado.
Y entrando en la lógica geopolítica hoy nos inscribimos entre los países que obedecen al llamado global para impedir el tránsito de migración irregular, atendiendo a propósitos de criminalización y deportación, tras la justificación de que estaríamos atacando a unas ciertas mafias de “tráfico de migrantes”. A las normas internas e internacionales que se vulneran hay que sumar lo que Juan Pablo Albán llama con acierto «hipocresía universal”, por la desventaja de haber escrito tantas cosas bellas en la misma Constitución que hoy se pisotea.

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