Tienen derechos, no les hacemos favores

El trabajo doméstico es quizás el menos valorado por la sociedad, y ni hablar de que es de los peores remunerados pues, contrario a lo que la intuición nos dicta, sigue siendo un trabajo injustamente valorado y pagado. Así por ejemplo, aún es común escuchar en los hogares ecuatorianos expresiones como: “es que se quejan por todo”, “ni que fuera tan difícil hacerlo”, o la más grave de todas “se les olvida que uno les está haciendo el favor”.

Algunas personas incluso añoran aquellos tiempos en los cuales se podía tener una empleada “de puertas adentro”, lo cual en muchos casos era lo más cercano a tener una esclava, y lo peor solía suceder cuando la persona sometida a esta moderna esclavitud era una menor de edad.

Esta forma de pensar y estas expresiones, la mayoría de veces inconscientes, sólo reflejan
el profundo clasismo, racismo y hasta xenofobia que hemos naturalizado en el diario vivir. Tenemos que recordar que no se trata de favores, sino de uno de los segmentos del empleo
que ocupan millones de personas en el mundo y en el Ecuador; y que las personas que
trabajan en el servicio doméstico tienen los mismos derechos irrenunciables que tienen
personas empleadas en otras ocupaciones. Así, vale la pena recordar que de acuerdo con nuestras normales legales, estos derechos
son, entre otros:

● Afiliación al IESS
● Recibir oportunamente la remuneración pactada de acuerdo con la jornada
contratada, y no por menos del salario básico unificado que esté vigente (o su
equivalente por tiempo parcial)
● Recibir el décimo cuarto sueldo y el décimo tercer sueldo (como corresponda)
● Recibir pago por horas extra y suplementarias
● Recibir desde el segundo año de trabajo el fondo de reserva
● Disfrutar de vacaciones

Cuando se configura una relación de dependencia se tendrán en cuenta otros derechos
más que deberán respetarse en conformidad con la ley. Sin embargo, debemos recordar
que las empleadas domésticas son seres humanos, y por tanto, merecen el mismo respeto
y consideración en una sociedad que se precie de llamarse civilizada, es tarea pendiente
eliminar prácticas cotidianas que vulneren su dignidad.

Nos quejamos constantemente de lo injusta que es la sociedad y de lo mal que nuestros
gobiernos reparten la riqueza, pero cuando tenemos que cumplir la ley nos cuesta.
Recordemos que la justicia empieza desde nuestros hogares y esto no es solo una cuestión
retórica.