La maldición de la abundancia

Alberto Acosta rescataba en uno de sus libros la frase popular “la maldición de la abundancia”, con ello hacía referencia a que la abundancia de un recurso natural para un país antes que una bendición puede ser una auténtica maldición. En el caso del Ecuador esa maldición se llama petróleo.

La dependencia absoluta de nuestra economía y de nuestro presupuesto nacional en este recurso natural condiciona la vida de cada uno de sus habitantes. Sobra decir que la baja en el precio del petróleo ha implicado la futura aplicación de medidas gubernamentales que afectan directamente el bolsillo de miles de miles de personas y junto con sus bolsillos podrían afectar sus derechos.

Si bien es cierto que las medidas que ha tomado el gobierno podían ser mucho peores, por ejemplo, haber subido el IVA o eliminar subsidios sin ningún tipo de criterio de priorización o apoderándose de los recursos del IESS, tampoco todo ha sido pan comido, así: 1) La eliminación de ciertos organismos públicos o su fusión en realidad encierra despidos masivos; 2) La aportación “temporal” de un porcentaje del sueldo de los servidores públicos implica en realidad un embargo forzoso de parte del dinero producto de su trabajo; 3) La aportación a quienes tengan autos valorados por encima de los 20.000 dólares en realidad es un nuevo impuesto que afecta principalmente a la clase media; 4) Se anuncian nuevas leyes con carácter económico urgente sobre las cuales nada se sabe.

Pero lo que más preocupa es cómo se invertirá en realidad el dinero obtenido mediante estas medidas, estamos seguros que nadie se opondría a estos “sacrificios” como los llama el gobierno si supiéramos con certeza que tendrán un uso racional y con directa relación con el goce de derechos. Viene a nuestra memoria las aportaciones y medidas para el sismo de Manabí y el destino que en la práctica tuvieron esos dineros… esa plata nunca llegó a los beneficiarios, se quedaron en el bolsillo del partido de gobierno y de empresarios vinculados. Se hace indispensable entonces reflexionar, de nuevo, sobre dos preguntas:

¿Qué hacer para reducir dicha dependencia?

Como primer paso debemos partir por reconocer que la explotación del petróleo, la minería y otros recursos naturales NO es la solución para nuestra economía y tampoco para nuestras vidas. Una verdad incontestable si además tomamos en cuenta los perniciosos efectos que dicha explotación de recursos tiene sobre la naturaleza, los pueblos indígenas y en general en todos los seres humanos.

¿Quién se beneficia en la práctica de dicha explotación?

La triste respuesta es que son los mismos de siempre, aquellos que usufructúan mientras toda va bien y que corren a esconderse en otros países cuando todo va mal. Y que luego de ocurrida la vorágine y la catástrofe, nos venden el cuento de que todo fue nuestra culpa y que ahora ellos vuelven para salvar la patria.

En algún momento, que debe ser pronto, debemos parar y enrumbar el camino para no volver a repetir los errores del pasado.