No todo tiempo pasado fue mejor

Ciertas personas viven en los siglos pasados, se niegan a entender que la colonia terminó, que ya no somos un territorio perteneciente a España, ni que ya no operan las Leyes de Indias; se niegan a creer que ya no son los tiempos en los cuales las mujeres se encontraban absolutamente subordinadas al hombre y la tradición era que “el marido golpea, pero marido es”. Se martirizan recordando aquellos tiempos de los gobiernos de mano fuerte y cómo se “ponía en orden” a los revoltosos.

Ellos han normalizado aquellas formas violentas de ser gobernados, y las confunden con “la única forma” de comportarse y de vivir, las cuales ya no rigen más en un país que adecuadamente se reconoce en su Constitución como un “Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico.”

Esas personas de las que les cuento no son pocas, muchas ocupan altos cargos de gobierno, muchas otras son personalidades públicas y grandes empresarios, y una enorme cantidad son nuestros vecinos, familiares, compañeros de trabajo. Todos ellos añoran una época en la cual los indígenas eran vistos como sujetos de segunda clase o incluso como animales, desean que “vuelvan al páramo”; romantizan también épocas en las cuales el papel de las mujeres era permanecer calladas y sumisas, no entienden por qué reclaman derechos y les dicen que “vuelvan a sus casas”; y respecto a obreros, estudiantes y demás grupos sociales su postura tampoco mejora y les dicen que la “ley es dura, pero es ley”.

Con esta forma de pensar racista, machista y clasista, sin olvidar populista, se pronuncian en lo público y en lo privado, tanto a la hora de hablar en radio o televisión, como en las relaciones vecinales y familiares. De hecho, ciertos sujetos han encontrado en estos discursos de odio su plataforma y bandera política, para figurar de nuevo en la escena pública e intentar volver a los tiempos en los que gozaban de múltiples privilegios mientras los demás eran excluidos de los más básicos derechos.

Llenos de prejuicios, gritan a viva voz que quienes reclaman y resisten por sus derechos humanos, ya sea el movimiento indígena, los grupos feministas, las organizaciones obreras, los grupos ambientalistas, los movimientos estudiantiles, no son sino terroristas, adoctrinados en ideologías internacionales de izquierda, salvajes y resentidos sociales, vagos y desestabilizadores, gente incivilizada y vándalos; vinculan incluso toda protesta social con un “simple fanatismo correista”. En fin, les tratan despectivamente mientras les señalan que “esas no son formas de comportarse y protestar”.

Niegan cualquier valor a sus reivindicaciones, hacen oídos sordos cuando el movimiento indígena denuncia siglos de represión, discriminación y esclavismo. Se cierran de oídos también cuando las mujeres gritan que las están matando, las están violando y que las discriminan en sus casas, en sus trabajos y en general en todo espacio público y privado. Tampoco reaccionan ante las masivas manifestaciones de movimientos sociales que denuncian las cruentas medidas económicas que afectan al pueblo.

Esas personas de las que les cuento, son más sensibles y empáticos con las paredes y las estatuas que con otros seres humanos. Incluso aunque parezca de locos, amenazan con organizarse y violentamente darles un escarmiento a quienes consideran revoltosos, extraños, problemáticos, diferentes, o en sus mentalidades, inferiores.

Gracias a la acción de revoltosos y problemáticos, según cuenta la historia, hoy las mujeres y los indígenas cuentan con el derecho al voto, se reconoce la jornada de cuarenta horas laborales, la educación en nuestro país es pública y laica, y un largo etcétera de derechos entre los que se incluyen los derechos de organizarse y participar en la vida pública de nuestros países.